El sexo del amor

Miguel Oscar Menassa, 1999

 
 

CAPÍTULO V
 

-Ella es un viento que arrasa mi memoria.

Un pequeño mohín, a media tarde, me tuvo sin escribir hasta las doce de la noche, preocupado de que mi amor no sirva para nada.

Nunca me garché tanto y tan seguido a ninguna mujer y ella, todavía, me dice  mentiroso cuando le digo que la amo.

Por ahí, mañana para saciarla me la garcho con un fierro caliente y la dejo clavada en la pared, pero mañana viene, contenta, como si alguien le hubiera dicho que la ama, y cuando llega me sonríe y cuando apenas la beso aprieta las piernas y pone cara de extraviada, y yo la empiezo a besar por todos lados, y ella se mueve inquieta y quiere decirme algo, y yo la beso con insistencia y ella me manotea entre las piernas y yo me dejo hacer cualquier cosa, porque ella es hermosa y sus manos vuelan por mi cuerpo y su boca vuela por mi cuerpo.

Yo me quedo quieto, como vencido y ella aúlla, literalmente, y se tira sobre mí y salta sobre mí, como yo saltaba sobre ella cuando nos conocimos y cuando le meto la pija, cuando con la pija le acaricio el vientre por adentro, ella, putita enamorada, grita y me llama con los nombres de todos sus hombres amados.

Después, un poco más tranquila se pasea por mi cuerpo de manera apacible.

Recorre uno a uno todos mis músculos. Busca las inserciones. Se pregunta para qué sirve cada uno de mis músculos.

-Este debe servir para respirar y me toca el Serrato Mayor. Después cuando me pregunta por el Sartorius, se ríe a carcajadas porque tiene que pasar su dedo, al indicar las inserciones superiores, muy cerca de la pija.

Me mira con ternura y me hace señas con la cabeza, sin hablar para que me dé vuelta. Yo hago de cuenta que no entiendo, porque si bien es verdad que yo gozo con todo lo de ella, gozo verdaderamente cuando ella además de hacer, me dice “cosas”.

Me quedo quieto, sabiendo que ella, ahora, intentará sin pedírmelo, nuevamente, por todos los medios, darme vuelta.

Primero lo intenta por la fuerza y claro, ahí, yo me siento una joven karateca canadiense defendiendo su virginidad.

Ella, sin sentirse vencida, retrocede y comienza a jugar con mi pene (que quiere decir la pija, todavía muerta) y va lentamente abriendo mis piernas y pasa con voluptuosidad, controlada, su lengua por debajo de mis huevos, haciéndome sentir un enorme placer y la fantasía, casi corporal, que ella le está chupando la concha a una mujer.

Mi pija toma  proporciones descomunales.

Ella, aprovechando mi posición se sienta encima de mí, mirando para mis pies, agarra la pija con una de sus manos y con la otra se entreabre los labios y mientras dice, con voz entrecortada y caliente:

-Ahora, ahora, y pasa una y otra vez alrededor de su vagina, la pija sin introducirla.

Yo, más grande y más dura no la puedo tener y ella me dice:

-Ahora, ahora, metésela, y yo le agarro las nalgas con fuerza y le meto los dos dedos gordos juntos en el culo y ella salta de alegría y dice:

-Mirá, cómo goza, y se revuelca y ríe y sueña que estamos en el carnaval de Río, todos en pelotas, y se deja caer sobre mí y la pija se le mete hasta el cuello y, ella, grita y se calienta más aún y grita más y se calienta más y se lleva las manos al cuello y en el orgasmo, que nunca había tenido uno igual, se arranca la cabeza y comienza, por así decirlo, una nueva vida

Yo, agotado me pongo boca abajo y ella, siente haber conseguido que yo me diera vuelta, sin apenas descansar me abre las piernas todo lo que puede y se sienta entre mis piernas y comienza a jugar con sus dos manos con mis dos nalgas y se siente feliz y recita, en voz alta, mientras sigue jugando con mis nalgas, poemas en varios idiomas, como si fueran varias mujeres que están jugando con mis nalgas, a punto de transformarse en culo pero yo, en verdad, siento que no puedo  más y ahí, precisamente, ella me pregunta:

-¿Te gustan los poemas?

O antes de contestar ya había sentido que la vida volvía a mi cuerpo y, entonces, le dije:

-Vos me gustás, piba. Esa lengua que tenés nena, esas tetitas primorosas y ese culo. Qué culo que tenés nena, me volvés loco.

Ella, haciendo presión con sus manos en mis nalgas, ya entreabiertas, me dijo:

-vos también tenés un culito precioso. Y yo sentí un estremecimiento inolvidable. Y ella empezó a hablar con mi culo y mientras hablaba me pasaba la lengua de una manera fabulosa y yo comencé a pensar que perdería la virginidad. Y ella le decía:

-Ay culito lo que te voy a hacer, y dale con la lengua una y otra vez y a mí el culo se me abría como una amapola y ella metía la lengua y sacaba la lengua y la volvía  a meter y yo me sentía en la gloria y ella, mientras me chupaba, intentaba penetrarme con sus dedos y yo decía:

-No, no, no, en voz muy bajita y ella, por fin, me penetraba y yo sentía un gran alivio y ella lloraba, desesperadamente, de la emoción.

Antes de que ella dejara de llorar yo le decía:

-Hoy, mi amor, hoy dame lo imposible. Y ella se acurrucaba a mi lado y comenzaba a soñar y hablaba en voz alta para mí y ese era otro polvo que nos echábamos.

Y después aún a punto de despedirnos, yo le decía:

-Tocate la concha. Cómo te la vas a tocar mañana cuando hablemos por teléfono. Vamos nenita tocate la concha. Sí, así, así como te hago yo.

 Y ella me miraba con la boca entreabierta, las piernas entreabiertas y sus ágiles manos, frenéticas, sobre su sexo otra vez vivo, empapado de goce.

Y ahí es cuando comienza a decir entre desesperada y feliz:

-No puedo más, y sigue jugando con su sexo e introduce, apenas, la yema de sus dedos. Eso que hace la desespera casi hasta el horror y grita:

-No puedo más, quiero que alguien me rompa la concha. No puedo más.

Y sigue jugando con su sexo e introduce apenas la yema de sus dedos y yo tengo la pija dura como un hierro, pero siento que es muy pequeña para esa concha soñadora, y me mojo toda la mano derecha con saliva y me meto entre sus piernas y ella sigue jugando con su sexo, cada vez, más caliente y cuando, nuevamente, como agonizando dice:

-No puedo más, que alguien me rompa la concha.

Ahí junto todos mis dedos, unos contra otros, y mientras le digo:

-No, nena, no. ¿Pero quién te va a garchar ahora? Le voy  introduciendo, lentamente, toda mi mano adentro de su concha y ella goza como una loca y se revuelca y yo le grito:

-No, no quiero, no quiero, y le sigo metiendo la mano, lentamente, y ella grita y grita y grita los nombres de todos sus hombres amados y yo le meto la mano hasta el fondo y luego nos quedamos como tranquilos, como enamorados.

Ella me pregunta: ¿te gustó? y yo le contesto todo. Ella entonces dice me voy, pero ahí se da cuenta que, aún, no le he dado mi semen.

Y mi semen para ella es de lo más importante. Su existencia hace, de cualquier encuentro, un encuentro maravilloso. Su falta puede transformar una maravillosa noche como la de hoy, en nada.

Yo, que conocía el modo en que ella pensaba el universo, inmediatamente cuando ella dijo me voy y se dio cuenta de lo del semen, yo le dije:

-Vení nenita.

Ella se daba cuenta lo que había pasado pero, en lugar de venir, se metió en el baño como para irse pero no todavía, ya que sale rápidamente del baño y comienza una conversación aparentemente sin importancia sobre tres o cuatro mujeres que, generalmente, la ponen muy celosa.

-Y dale con fulanita. ¿Viste las tetas que tiene? Y cada vez que te ve, parece que te las diera a chupar. ¿Y viste la boca que tiene? Me la imagino chupándote el culo y me vuelvo loca de celos, eso es lo que me pasa. Y cuando en las fiestas le hablás al oído a esa otra putita, siento que le decís que le vas a chupar la concha, que se quede tranquila, le decís al oído, que vos después se la vas a chupar.

-¿Te imaginás? Me dijo a mí, mirándome la pija a ver si lo que estaba hablando había hecho sus efectos.

A mí, aunque todavía no se me notara en la pija, pene todavía, me había hecho sus efectos. Ella era capaz de vencer sus celos invencibles por un poco de mi semen y eso, era lo que me conmovía.

-Me imagino, le dije, con tantos deseos que tenés, el trabajo sexual de la semana que viene con tantas conchas, tantos culos, tanta magnífica luz desparramada por todo el universo, me imagino un pequeño cabaret de Londres, donde vos y tus mujeres amadas bailan para mí.

Y ahí era cuando ella enloquecía y a mí se me ponía nuevamente como un hierro.

-No hablés de bailes, hijo de puta. Cómo movían esos culos para dejarte helado, para matarte de un infarto, hijo de puta. Ahora te la vas a tener que garchar. Garchátela, te digo que te la garches. Y yo le acercaba la pija, enorme, hasta la concha pero no se la metía, jugaba de arriba para abajo, alrededor y de pronto me pedía, me suplicaba:

-Por favor métesela, por favor, mirá cómo te espera y ahí yo se la mandaba a guardar, como se decía en mi barrio, hasta los huevos y ella me llamaba con el nombre de todas mis mujeres, y yo las veía tan hermosas garchándome a Dios, pariendo el Universo.

Ella, en los bordes más extremos de su humanidad, me separa de ella, casi cuando estaba por acabar y se da vuelta en la cama con el culo para arriba.

Yo, que tenía la pija como una moto nueva, le chupé el culo con frenesí y a medida que el culo se le abría como una flor, ella gritaba cada vez más alto:

-A ella no, a ella no. Y fue ahí, me parece que yo le dije:

-Sí, me la voy a garchar a ella, y eso la enloquecía más aún y más se abría para recibir el amor y yo no pude más y le dije:

-Me la voy a garchar por el culo, y se la metí toda de golpe y ella gritaba y decía:

-No, no, y gozaba como una bestia embrutecida y yo le pegaba pequeñas palmaditas en las nalgas y ella ahora gritaba:

-Matala, matala a esa hija de puta y ahí se relajaba y decía mientras recibía mi semen, te amo, mi amor, te amo, yo también la deseo.

Yo ahora por fin me tranquilizaba, de ella nunca supe si se tranquilizaba, pero al recibir como trofeo, mi semen, se llenaba de amor por mí, y ese amor que sentía en ella la tranquilizaba.

Después cuando nos encontramos al otro día con un montón de compañeros, yo dije en voz alta delante de todos mirándola a ella:

-Algún día haremos el amor y será maravilloso, y ella se sonrojó…

Caminando de vuelta a mi trabajo, la recordé con las mejillas enrojecidas y la amé y me di cuenta que la había amado siempre.

Y cuando llegué a mi casa sentí que era un demonio y que, también, era angelical, y esa diferencia entre demonio y ángel para nombrarla me ponía cachondo y mientras se me paraba la pija, llamaba a todas las mujeres que, ella, me había nombrado mientras hacíamos el amor, una por otra y me las garchaba, a todas, por teléfono.

-Te amo, mi amor, cómo te amo.
  
 

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