1977 - MADRID
Primer Manifiesto Internacional Grupo
Cero
ENTRE TANTAS UNA MANERA DE COMENZAR
Soy,
un grupo
y todo
en el exacto
borde del abismo.
Y si todo está ocurriendo en España
(novísima esperanza para el decandentismo
europeo)
y no
en las orillas sangrantes
de algún río del sur,
se debe,
simplemente
a las
combinaciones de las palabras,
que,
como ustedes saben,
son infinitas.
Sabemos
sin embargo,
que,
hay una historia
que no
perdona:
la historia del conocimiento.
Ahora,
le toca a las
ciencias,
en general,
del hombre,
esas,
que casi,
no existen,
tan conjeturales
ellas,
tan parecidas
a las conversaciones
entre amigos.
Somos,
esta materialidad,
lo fin de siglo.
Hijos
del hongo atómico,
sabemos,
haber participado,
en la creación
de nuestro
universo.
Todo,
estaba destruido,
cuando nacimos.
Partícula
contra partícula.
Hombre
contra hombre.
Crecimos,
para ser,
un tiempo
novedoso,
donde
la biología
y la razón,
perderán
definitivamente
sus sentidos.
Oriente y Occidente se unen,
el hilo de plata
es,
la
locura.
Somos,
queremos decir,
los bárbaros modernos.
Atentar,
atentamos,
contra toda escritura,
contra toda
ideología,
anterior a nosotros.
Somos,
un grupo,
una manera
de mirar
portentosa.
Cuando miramos,
quedamos incluidos
en la
mirada.
De hambre
y soledad,
ya
hemos muerto.
Ahora
nos toca,
el más allá,
en vida.
Todo,
es empezar,
sabemos:
el amor,
viene solo.
Sabemos también,
que las nociones y conceptos,
de los sistemas ideológicos,
son,
lectura y padecimiento,
comprensión y fe.
La fe,
hechos,
ciega acción,
transformándose,
en pasiva carne,
destinada,
a la reproducción de sentidos.
La comprensión,
actos,
donde los hechos,
fueron transformados por las palabras,
ordenados,
en una relación social
y son
ahora,
herramienta,
para leer,
en
las ideologías,
instrumento,
para la
construcción,
de nuevos modelos ideológicos,
en general,
nuevas maneras de vivir.
El hombre
que transforme su fe en
comprensión,
(y comprenderán sólo aquellos,
decididos a vivir,
en un mundo
poblado
de otros
hombres,
además,
de él mismo y sus quimeras)
robará
a su ceguera,
fugaces estallidos de colores.
Dejará
de ver la parcialidad
que,
sus circunstancias históricas,
le imponen,
para ver
el resplandor,
de la
universalidad de su ser,
que las mismas
circunstancias
históricas,
le
permiten.
Un hombre, una mujer,
una particular,
combinación
arbitraria,
de
relaciones y materia,
puede,
de algún modo,
elegir.
Digamos:
el
poeta
ama la libertad.
Elige
cuando permite que lo externo,
rasgue,
aunque más no sea,
el
andamiaje ideológico,
ordenador de su mirada.
Una especie de vacilación mortal
y después,
somos hombres.
Una mirada decimos,
que suponga simultáneamente que en su
orden ideológico,
haya ocurrido,
una fractura,
en el exacto,
tiempo de mirar,
un corrimiento.
Corrimiento,
sin el cual,
siempre
se tratará,
de un todo unitario,
cualquiera,
haya sido el polo,
que dominó el movimiento.
La famosa dialéctica,
no se sostiene sola. (Un número dos
intachable,
o su consecuencia lógica,
el número tres,
o
bien,
como todos sabemos,
la
conocida detención mortal,
en el número cuatro.
Cifras,
-que aunque lo parezcan-
no van más allá de la familia cristiana,
y sin
exagerar,
y gozando de los beneficios,
del ejercicio ético,
decimos:
todo eso, está mal.)
Instante y mirada,
condensación,
de todos los elementos que la
constituyeron,
constitución de una síntesis,
un cambio,
no de
nivel,
-como habitualmente se dice-
sino más bien,
un verdadero cambio de mundo.
Como el generado,
en la combinación de elementos diversos,
que generan,
una explosión
atómica.
Un hombre,
irreductible,
a la totalidad de sus
sentidos.
Un ser,
inacabable,
digámoslo,
inaprensible.
Un hombre
estallando en actos
-comprensiones-
nuevos sentidos,
floreciendo en
su cuerpo,
-ahora social-
produce,
espectrales conceptos
-ideas-
que ambicionan volar,
ser,
nuestro movimiento.
El enemigo:
yo mismo.
Enjuto, solitario,
-y sin
nombrar lo humano-
más cerca de lo inanimado,
que de lo animal.
Soy también,
esa flor marchita que aborrecemos.
Esa dureza,
desprovista de sentidos.
Quiero decir,
el estallido,
traerá conflictos.
Un algo,
que se erige como opuesto
a,
un algo.
Un sentido,
y su posibilidad de
movimiento,
contra la nada,
contra la carne,
pasivamente sujeta.
Dolor,
habrá siempre,
pero
sólo,
se lo reconocerá como tal,
sólo podrá iniciar su metamorfosis,
cuando,
la más pequeña llama de placer,
surque el espacio,
del dolor permanente,
o
bien,
del tiempo cristiano para
el hombre,
una especie,
de culpabilidad
insostenible,
y nada más,
que por vivir,
por haber nacido
Hombre.
Si dominar,
es,
gobernar la
materia con las ideas,
las ideas inocuas,
no existen.
Ya que si se trata de convencer,
lo que se resiste,
es,
nuestro propio cuerpo.
Lo que se hace carne en mí,
son,
las ideas
dominantes.
Mi cuerpo,
campo de batalla del
encuentro,
preciado botín del vencedor,
único,
y verdadero enemigo de una nueva idea.
Un cuerpo,
mirando y haciendo,
según
el color,
del cristal ideológico que lo cobija.
Un hombre,
que hace a su imagen y semejanza.
Es decir,
un poderoso dios,
judío-cristiano,
todo lo que
produce,
lleva su nombre.
Y como
sabemos,
el uso de un producto,
reproduce,
la ideología del
productor.
O sea,
que la técnica del uso,
carece,
de la «objetividad» que se le atribuye.
¿La ciencia no será, acaso, una
concepción ideológica del saber?
¿Una absolutización de la verdad?
Preguntamos,
cuando no sabemos
qué decir,
y no se trata,
de destruirlo todo,
sabemos:
la poesía,
no basta.
Sólo
queremos,
reconocer,
la inocencia no existe.
El
hombre,
en la opacidad de
su ceguera
seguirá,
viendo,
siempre lo
mismo,
hasta que estalle en actos,
hasta que cambien,
las circunstancias correspondientes a la
ideología,
que habla en su cuerpo.
Sin
explosiones,
la
ética perdura.
Todo producto del trabajo humano,
tendrá,
el signo del sistema,
en el
cual se genera,
y su
uso,
produce al hombre que lo produjo,
al imponerle,
los hábitos de consumo,
como sabemos,
única
forma de apropiación.
Nada,
queda librado al azar,
el sistema,
da su sentido,
a todo lo que
abarca.
La ausencia del
vacío,
irreductible a la materia,
lleva también,
los emblemas con los cuales,
el sistema,
unifica el
mundo.
Tengamos cuidado,
seguir
ciegos,
no conviene a
nadie.
Y estas palabras son,
tan conjeturales y tan polémicas,
-debemos decirlo alguna vez-
como la ley de los números naturales,
tan conjeturales y tan polémicas,
como el término medio de vida,
en los países industrializados,
tan conjeturales y tan polémicas,
como la fórmula del agua,
o bien,
la moderna existencia,
de los tensores temporales.
Mi experiencia,
más evidente,
la de mis sentidos,
es,
simplemente,
ilusoria,
y no como se dice,
por ilusoria,
menos humana.
Será,
experiencia ideológica,
propia vida humana de los sujetos.
Hubo de haber habido,
entonces,
antes de las ciencias,
vida humana.
El privilegio de las ciencias,
es,
un privilegio contemporáneo,
y sin embargo,
en el tiempo humano actual,
todo,
no se reduce a las ciencias,
toda la práctica humana no se agota en
las ciencias,
y aunque la ciencia,
pueda proclamarse,
capaz,
de teorizar todo concepto,
toda realidad,
también la poesía,
y no sólo ella,
tendrá que ver con todo esto.
La teoría,
no puede anular,
la experiencia perceptiva,
y tampoco,
sus productos.
Y como sabemos,
la experiencia perceptiva,
puede generar,
como posibilidad,
lo peor,
queremos decir:
una nueva teoría.
El sujeto,
reconoce la alienación,
reconoce,
que desde hace algunos siglos,
se vienen instalando en él,
-más allá de su deseo-
modos y modales,
que tendrá que padecer,
vivir,
de esa manera o de ninguna otra.
Que desde hace siglos,
se viene haciendo carne en él,
se viene mezclando con su sangre,
-contra su propia voluntad-
una ética.
Que,
cuando tenga que elegir,
elegirá estar de acuerdo,
con la inmoralidad del sistema,
para la propia,
eternización,
del sistema como tal,
en contra,
de cualquier recorrido histórico,
pretendidamente humano.
El sistema,
determina para el sujeto,
que,
sólo podrá mantener su lugar,
si en el mismo momento,
que,
reconoce su pertenencia al sistema,
desconoce simultáneamente,
las determinaciones que posibilitaron,
su ser sujeto.
Sujeto-sujetado,
al paroxismo
de leyes inviolables,
por ser,
aquello que prohíben,
imposible de realidad,
para el sujeto
y precisamente,
en esa imposibilidad del sujeto,
encuentra el sistema,
el punto exacto de su reproducción.
Violar las leyes,
y de esto todos tenemos conocimiento,
significa,
terminar con dicho sistema.
Y esto acontece,
en el camino que recorren los seres
llamados normales
y también,
en el camino que recorren lo seres
llamados anormales.
Toda desviación,
en cualquiera de los dos caminos,
determinará para el sujeto, una nueva
existencia como ser.
Una especie de puesta a prueba del
sentido común.
Una especie de pregunta acerca del
destino del hombre,
o del sujeto doblemente encadenado.
¿El psicoanálisis es acaso en sí mismo
una ciencia nueva,
es decir una ciencia de un objeto nuevo:
el inconsciente
o bien es simplemente una irrupción
(sobrecogedora)
en una teoría del sujeto, que de nacer,
nació con el marxismo?
Un sujeto, torpemente sujetado.
Doblemente encadenado.
Un superalienado,
un verdadero,
hombre moderno.
Un pobre hombre,
que ama lo que ama su patrón.
Un pobre hombre,
que desea lo que desea su madre.
El hombre padece una doble alteridad,
insisto, por lo menos,
una doble determinación,
económicas ambas:
política la una,
libidinal la otra.
Y al pasar me pregunto,
si el psicoanálisis legisla,
la vida de un hombre solitario,
estúpido,
chiquito,
inexistente,
muerto,
o bien,
el psicoanálisis hará sus verdaderos
estragos,
en el campo donde reina la ideología.
El campo,
donde ocurren,
los fenómenos de la vida,
el campo,
donde se desarrolla,
la ética de los poderosos.
Vale decir,
en esta época,
el campo donde acontecen,
las relaciones sociales.
Que no por ser sociales,
-determinadas y determinantes-
que no por estar sometidas a las
transformaciones
de su propio tiempo -el futuro
anterior-
que no por todo eso,
quiero decir, son menos sexuales.
Relaciones sexuales,
que no por ser productos del trabajo
inconsciente,
y por ello,
estar sometidas a las transformaciones,
discontinuas de su propio tiempo -el
futuro anterior-
que no por todo eso,
quiero decir,
son menos sociales.
Un entrecruzamiento mortal,
temí morir,
dos veces en el mismo momento,
entregué mi vida,
por lo menos dos veces,
para no morir.
Tengo,
una doble marca,
una redoblada esclavitud:
un otro de mí,
que roba,
el sentido de mi trabajo,
un otro de mí,
que roba,
el sentido de mi deseo.
Producto y realización,
vuelan de nuestras manos.
Por ahora pongamos,
marxismo, psicoanálisis,
y las dos palabras en cuestión,
«valor», «falo»,
que como sabemos son dos conceptos
y como tales,
objetos suprasensibles,
materiales,
pero no corpóreos.
Invariantes sistémicas, que ocupan,
como todo dios,
el vértice del triángulo que dominan
y que por no formar parte del cuerpo de
aquello que regulan,
-toda relación en la base del triángulo-
se transforman,
en objeto del deseo de todo el sistema.
Vivimos
y morimos,
tras el vacío perfume de dos ilusiones:
tener el valor,
tener el falo.
Revolucionar este estado de cosas,
tendrá que ver con alguna toma de algún
poder,
no quiero poner en duda semejante verdad,
sólo quiero decir:
que más allá de la verdad,
el poder,
no existe.
Que tomar el poder no debe alcanzar,
estoy casi seguro,
para que el hombre pueda,
participar en la elección,
del destino para el producto de su
trabajo.
Para que el hombre pueda,
gozar de lo producido,
por la realización de sus propios deseos.
Decimos que la desalienación,
no tendrá que ver,
con devolverle nada a nadie.
Habrá por el contrario,
que extirpar del hombre,
todo aquello que por impuesto,
le restaba humanidad.
Sin importarnos si las imposiciones,
fueron sociales o sexuales.
Una manera de relacionarse,
de tener hijos,
de educar esos hijos,
quiero decir,
una específica manera de amar,
reglamentada,
por las mismas leyes que rigen el
mercado:
la oferta
y
la demanda.
Podríamos pensar entonces,
el psicoanálisis como la única arma, por
ahora,
contra el verdadero poder del estado
burgués,
sus modelos ideológicos:
la familia,
la religión,
la creación,
la medicina,
las formas del ocio,
todo aquello,
que nos forma para ser dominados,
es producto,
de una filosofía de la conciencia,
una filosofía,
como sabemos,
que no ve más allá de sus propios ojos,
que no ve,
más allá de su propio pedazo de tierra.
Un hombre,
que sólo puede,
lo que pueden sus sentidos.
Un hombre empobrecido,
una filosofía,
destinada a crear idiotas,
vale decir,
un error del hombre.
Una razón,
empecinada en sus razones,
siempre,
una violencia contra el hombre,
una especie,
de burocracia del amor,
del deseo.
Razón,
que para sobrevivir como tal
debió crear,
sin que nadie se lo pidiera,
su polo dialéctico,
es decir,
el principio de su fin:
la locura.
Una clase,
empecinada en sus privilegios,
siempre,
una violencia contra otros.
Clase,
que para sobrevivir como tal,
debió crear,
sin que nadie se lo pidiera,
su polo dialéctico,
es decir,
el principio de su fin:
el proletariado.
Psicoanálisis, marxismo,
detonantes históricos cuyo destino,
es,
simplemente,
levantar los velos,
abrir los ojos,
terminar con la ceguera,
o bien,
psicoanálisis, marxismo,
dos prácticas endemoniadas,
que en su torbellino,
se llevan por delante,
la propia vida del practicante,
su propia ideología.
Prácticas,
donde los practicantes,
quedan envueltos en la determinación,
ya
que sus métodos no completan
todas las posibilidades,
en el hallazgo de verdad,
sino,
que alcanzan su plenitud,
su verdadera juventud,
en la transformación de dicha verdad.
No sólo la descripción,
más o menos acertada,
más o menos articulada,
más o menos verdadera,
de las formaciones sociales
o
de las formaciones del inconsciente
sino más bien,
una desviación,
definitiva,
en esas formaciones,
un cambio de destino,
un hecho,
claramente histórico,
una verdadera transformación.
Psicoanálisis, marxismo,
intentos destinados a subvertir,
el estado burgués
y su filosofía de sostén.
Lo que no querrá decir en ningún caso,
como dicen algunos,
que el próximo paso,
tenga que ver exactamente,
con la dictadura
del proletariado, o bien,
con la dictadura,
de la locura.
Quisiera pensar,
si ustedes me permiten,
que el proletariado
como la locura,
existen como tales,
en presencia de sus respectivos,
polos dialécticos.
En un caso,
la burguesía,
en el otro,
la razón.
Subvertir el estado burgués,
subvertir la razón,
querrá decir,
entonces,
modificarle definitivamente,
el destino al hombre,
ya,
que ser proletario,
o ser loco,
perderá,
su «razón» de ser.
Quiero imaginarme,
que cambiarle definitivamente,
el destino al hombre,
no tendrá que ver,
con ninguna dictadura.
Ni ciencias,
ni fusiles,
ni poesía,
ni amor,
lo que necesitamos es,
lo digo simplemente,
una transformación.
El cuerpo,
como vimos,
no existe.
La palabra,
tampoco.
Se trata,
de una combinación,
somos:
un grupo.
Octubre 1977 - Mayo 1978
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