Escribo, escribo todo el día Para saciar
mi sed. Debo de pertenecer a esa clase de bebedores insaciables. Los de
mi estirpe deben ser considerados seguramente como hombres que viven
fuera de la ley. No somos lo que se dice apasionados, somos los que
calculamos el destino, tenemos planes acerca del mal que nos corroe,
queremos que él sea nuestra manera de vivir.
No queremos abolir la justicia, queremos agregarle a la justicia la
capacidad de detectar las diferencias.
El hombre siempre es una encrucijada que se resuelve con un asesinato;
la justicia debe saberlo.
La precisión de un acto (aunque en sí mismo sea un acto salvaje) debe
tener siempre el perdón de la justicia, si es un acto perfecto no
volverá a repetirse.
Las imprevisiones habrá que castigarlas severamente; ellas anuncian la
repetición inútil y ciega de una realidad infantil sin sentido social.
¿O mi ser no es acaso esa diabólica
combinación de nuestros destinos? Y el que no cree porque no sabe o
porque nunca le tocará creer, que haga pruebas, que se desgaste hasta
el final, que se vaya, que cierre de un golpe la puerta de nuestra casa,
que vuelva malherido, que muera de espanto en un callejón sin salida,
que comunique sin ningún cuidado las claves secretas de nuestro poder,
que comente entre putas y rancios olores de semen fermentado, nuestros
combates como si fueran frescas historias de amor.
Nosotros sabemos que volverá. Nadie olvida lo que no se puede olvidar.
Somos especialistas en altas cumbres, nuestro oficio es mostrar lo
innombrable.
En el principio éramos costureras del alma, remendones del piso de la
vida, reanimábamos, dábamos calor y esperanzas. A cuanta inmundicia
encontrábamos en el camino ofrecíamos nuestra comida y nuestra casa,
teníamos para cada uno las palabras de sus mediodías y las palabras de
su noche. Nuestro oficio, en definitiva, era lavarle los oídos a los
sordos. La cantidad exagerada de fieles probaba que nosotros éramos
unos imbéciles. La cantidad exagerada de enemigos probaba que las
pasiones no sirven para nada.
Pero ya era tarde, la carne habría de estallar cuando ya nadie esperaba
su estallido. La sorpresa hizo imposible toda defensa. Y conocimos el
chiquero y nos dimos cuenta que entre nosotros vivían los miserables.
Los que se comen siempre el pan que no les corresponde. Los que nunca
están dispuestos a hornear el pan que comemos. Los que se aburren por
las cosas chicas y por las cosas grandes, digo: los que se aburren en
general son los traidores.
Nosotros sabíamos desde el principio que la carne hablaría. Y la carne
habló. En voz baja; sólo unos pocos escuchamos, y dijo de la muerte y
habló de que la piel se resquebraja con el tiempo, que nuestro sistema
muscular estimulado constantemente (y no sujeto el estímulo a ninguna
LEY) termina por agotarse. Su sentido se pierde en su fatiga.
Ella dijo que todo
podía ser goce, pero que la violencia acercaba a la muerte.
Cuando dijo de la muerte de nuestros padres, dijo la verdad.
Amo mi
carne porque en ella se encuentran los secretos de los secretos.
Porque aprendí a amar mi carne en medio del chiquero, digo que desde
hoy el misterio de la cifra exacta de mi ser, sólo será para quien
comprenda su verdadera dimensión.
A los deportistas les aconsejo apartarse de mi camino, soy para ellos
una luz mala,
Impiedad para quienes festejan todas las ocurrencias.
Impiedad para los que repiten el gesto amado en lugar de amarlo.
Impiedad para el que siempre diga que no; es un extranjero.
Impiedad, pura impiedad, para quien confunda nuestra carne con los
ensangrentados bofes, que resucitarán, se cree, con la fornicación.
Impiedad, perfecta impiedad, para quien huyendo de nosotros tropieza con
nosotros.
Y su voz se perdía entre el chapoteo de nuestros excrementos.
Y la carne dijo antes de morir
El goce será el encuentro con lo que no soy ni me pertenece; el goce
será: el goce de las diferencias.
Si nada altera mi razón, si todo es igual, si ningún latido es
diferente, si mi pulso es perfecto, si mis genitales mueren a causa de
la quietud, no caben dudas, estamos en presencia de un idiota. Lo
aconsejable, armar las maletas y partir. Siempre es mejor partir en la
búsqueda de nuevos dioses, que morir entre las ruinas de los templos de
un dios que se desploma. Huir no siempre es la orden, sabemos que en
medio de las catástrofes se encuentran las almas más puras, nuestras
almas fueron encontradas en medio de las catástrofes.