Poemas olvidados

Miguel Oscar Menassa, 2021

 

 

CUMPLIR 62 AÑOS

 

Desde mi ciudad natal
hoy recibí una carta
donde me decían que
al cumplir 62 años
provocaría grandes inundaciones
en América y en el resto del mundo.
Que no me preocupara, me decían,
que no eres tú, son tus 62 años. 

Es la encarnación pura del diluvio
de una vieja leyenda y de tu canto,
ha de ocurrir, exactamente, a los 62 años
cuando el poeta se rompa en la tormenta.

En verdad no hice caso de la carta
aunque me di cuenta
que las inundaciones asolaban el mundo.
En la inteligente y sabia Europa
los ciudadanos se morían
tragados por el agua
como en un país pobre, donde el agua
se espera todo el tiempo
al borde de la muerte por su falta,
y cuando viene el agua
borra todos los límites y ya,
sin que nadie pueda detener el agua,
reina la muerte por doquier.

Ni Rusia poderosa
ni China comunista,
con su millón de voluntarios,
pudieron detener
el influjo maligno del agua
al cumplir 62 años.

También, debo decirlo,
sintieron el látigo del agua,
los implantadores de un vivir
que nadie habrá de soportar,
sin desorden, sin niebla,
sin esos altibajos del dolor y la risa,
sin el oscuro sexo de las altas pasiones,
sin ese amor imposible y grandioso
del poema que habremos de escribir,
tal vez, más adelante.
Esos estados unidos modernos del terror,
esos hombres repletos del poder de las armas
irían a morir ahogados, propiamente, en sus llantos.
Y si no quiero hablar del hombre
como se debería,
es porque el hombre lo fue todo
y nada le gustó.
Ni serpiente ni árbol
ni ciego ni profeta
ni furtivo alcahuete
ni hombre de la ley.
No quiso nunca
ser obrero o patrón
y nunca tuvo fábrica
y nada se cosechaba en él.
Y cuando a pesar suyo,
de su vigilancia,
alguna uva crecía en el desierto,
sin pronunciar palabra, se la bebía.
Era imposible vivir en ese mundo,
todo el mundo moría
y el que no moría, esperaba morir.
Era imposible amar en ese mundo
o tener ilusiones y, sin embargo,
me pasa que todo lo que hago,
lo que amo, vocifero o trabajo
es sólo para seguir viviendo y,
cual drogadicto aferrado a su presa,
estoy dispuesto a todo por vivir.
Vendrán, desesperados,
los muertos reclamando
el derecho a estar muertos.
Vendrán alas del tiempo
a volar en nosotros
el adiós de la vida
mas mi droga,
el deseo de vivir contra todo,
sentará en sus rodillas
a los muertos
y en la mesa a comer,
tranquilamente,
las alas del adiós.
 

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