LA LOCURA
Y todo fue bien y todo fue mal.
Y fueron desfilando
por mi casa,
seres de todos
los tamaños, siempre con la misma misión oculta, eso sí, y aún
para ellos mismos, de no dejar crecer lo que crecía o por lo menos,
de no poder mirar lo que crecía o como mínimo,
olvidarse de no haber dejado crecer lo que crecía,
de haber mirado o de no haber mirado,
en fin,
olvidarse de todo.
Y fueron
desfilando por mi vida,
hombres y mujeres.
Ingenieros,
amantes de los mecanismos de relojería.
Enfermedades infecciosas de corta duración,
enfermedades de las
cuales nunca se sabe
sin son del corazón,
o directamente
de la cabeza.
Médicos,
amantes de la carne que pensaban que el hombre era,
una combinación de algo con algo.
Psicoanalistas,
amos, dispuestos a malgastar su vida en ser,
esclavos, dispuestos a malgastar su vida en
liberarse.
En esta época
el hombre era una cantidad de células inconmensurable,
desesperadas.
Una cantidad inconmensurable de palabras en cualquier dirección.
Y cuando la dirección tomada por el azar de las combinaciones era,
la dirección línea recta hacia la muerte,
alguien pronunciaba las palabras mágicas,
y bailando
y cantando,
una cama redonda no le hace mal a nadie,
y además,
entre los celos y el pecado, ¿quién se anima a morir?
Y lo creímos todos,
también yo,
que con nuestros sexos abiertos a los cuatro vientos,
o bien,
según las estaciones o el color de la tarde,
con nuestros sexos abiertos a los cuatro vientos y erguidos,
totipotentes y geniales,
deteníamos la muerte.
Y quiero decir antes de cerrar la cuenta con el psicoanálisis,
que todos nosotros, también yo,
llamamos a toda esa porquería
relaciones múltiples.
Y todos nosotros, tuvimos la valentía de llamar a esos accidentes
terapéuticos,
nuestra vida.
Poetas,
por
R mi casa
desfilaron poetas,
hombres extraviados de tanto
tener,
pensaban que el hombre puede caber en un poema.
Y fueron desfilando por mi casa, los pequeños comerciantes y las putas.
Gente que había sido siempre estafada. Les correspondía ser los estafadores.
Y todo fue en mi casa:
dejaron el dolor y me estafaron,
y todo estuvo bien y todo estuvo mal,
y desfilaron por
mi casa,
una mujer,
y otra,
y aún otras más,
y en todos los casos dejaron su pequeña cagadita en un rincón de la casa,
y en todos los casos fueron felices.
El error,
haberse llevado cuando huían, mi ritmo.
Se volverán
locas.
Y no quiero nombrar lo que se nombra solo y que también desfiló por mi casa.
Quisiera que cada uno sepa el horror que trajo a mi vida.
Que cada uno revise lo robado,
en mi casa también había
horrores.
Y fuimos diciendo a todo que sí,
fuimos,
una maravillosa
estación de servicio.
Y nuestras palabras, nuestro semen,
y el flujo ardiente
de nuestras amadas,
eran el combustible ambicionado para fortalecer esas pequeñas,
desesperadas vidas, para que pudieran ahora fortalecidas,
escalar, por la
montaña hasta su cumbre.
Así decían ellos,
escalar la montaña.
Estaban todos
locos,
le llamaban montaña a conseguir un trabajo,
conversar con la gente
-otros humanos como ellos-
beberse una cerveza en una tasca,
escribir un poema.
Y por mi casa desfiló también, mi propia locura.
Y yo
también, estuve loco.
Y yo también, veía montañas por todos lados,
y
lo peor, no era verlas,
lo peor,
era desear fervientemente llegar hasta la cumbre.
Y no tenía pies.
Y no tenía manos.
Y mi mirada era un pozo ciego donde se ahogaba entre la mierda el que no
pudo ser.
Y mis genitales eran históricos y no se podían vender a ningún precio.
Y mi corazón
y mi cabeza,
breves lamentos de quien no había
podido liberarse.
Así, me dije:
no se puede escalar ninguna montaña.
Lo decidí una tarde,
las Montañas no existen.
Y
las cumbres,
tienen que ver en todos los casos con dios.
Más allá del hombre,
me dije,
sólo podemos hallar otro
hombre.
Más allá de la vida,
ningún goce,
más allá de la vida,
la muerte.
Y me quedé tranquilo
y tuve,
también yo, mi porvenir.
Y si puede uno pueden todos,
y entonces cada uno,
tuvo su propio porvenir.
Y yo quiero hablar de todo,
y hablando de todo,
pidiendo de todo,
escapándome luego de todo porque no tengo ganas para nada,
porque toda la energía fue hablar,
decir mis cosas.
Y bien,
puedo entonces dejar correr mi voz,
abrir mi boca a la
soledad,
dejar salir de mí en vómitos radiantes,
los recuerdos,
el pus.
Ir tomando confianza.
Respirar alocadamente aunque no sienta
nada.
El ejercicio hace bien,
el ejercicio es saludable.
Hagamos ejercicio mi querido doctor.
La palabra habla de mí y también
habla de usted.
la palabra,
una especie de confabulación contra todos.
En esta historia no se salva nadie.
La mía es una historia
sin fondo,
sin llegada.
Un volcán que dejó de rugir en el pasado.
Anímese doctor,
en mi interior no quedan,
ni
explosiones,
ni ninguna lava hirviente en mis entrañas.
Mi sexo es de marfil.
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