Cartas a mi mujer

Miguel Oscar Menassa, 2000

 

MARTES 7 DE OCTUBRE

Quiero decirte que ahora que me toca un poco de fama y cierta cuota de reconocimiento, yo no quiero nada de eso, aunque reconozco haberlo ambicionado alguna vez, ahora quiero quedarme tranquilo.

Escribiendo cuando a mí me dé la gana.

Estando juntos cuando a mí me dé la gana.

Tus ganas, quiero decir, que soy yo quien descubrió lo que pasó este siglo que agoniza a pesar de mis versos o a causa de mis versos.

Pero esta vez jugando de verdad al vuelo de tus labios, al sonido estremecedor de tus caderas rompiéndose, para mostrar al mundo que en este siglo que no se pudo casi nada, nosotros dos pudimos amarnos en libertad.

Estuviéramos cerca o lejos, nuestro amor, nuestro famoso, infinito amor, no era otra cosa que una nueva manera de pensar el universo, aunque debo reconocerlo, con mis versos y algunas historias mal contadas entre amigos, le hice creer a toda la humanidad posible, que follar era lo único que hacíamos.

Nuestros culos, tus tetas y mi polla, aparecieron por doquier. Sobre mi polla hicieron un simposio en la Facultad de Psicología de Buenos Aires, pero nadie entendía nada. Eran ejemplos de una manera de pensar, esas anécdotas no eran nuestra vida, sin embargo, sería bueno pensar que tanta pasión, tanta carne sexual entre nosotros fue, precisamente, lo que nos permitió la vida.

A veces, tratándose de la sexualidad, éramos capaces de grandes estragos, casi sin darnos cuenta.

No era que hacíamos todo el día el amor. El amor necesitaba, históricamente, que pasara lo nuestro. El mundo necesitaba saber que la “energía” (para llamarla de alguna manera) que produce el placer genital reproductivo en todos sus paradigmas, la pasión del acoplamiento de las bestias para la reproducción o sus desviaciones, no se puede sublimar. Porque la sublimación es un mecanismo del sujeto psíquico y no de la especie.

Alguien tenía que demostrarle al mundo que habían equivocado el destino de todo un siglo, pensando que la “represión genital” hacía al hombre más civilizado, mejor dotado para el arte, para las construcciones sociales. Y yo y vos, amor mío que, a veces, parecemos tantos, lo que deberíamos mostrar que no estoy seguro de poder hacerlo:

El animal no puede ser doblegado por el símbolo. Sabiendo que va a morir lo único que le interesa es acoplarse, amar.

Por eso que lo único que se puede hacer para poder alguna cosa, es dejar de amarse a sí mismo y eso es lo que las bestias no pueden.

Quiero tranquilizarte, diciéndote que, esta vez, no será necesario sostener con nuestros cuerpos estas escrituras; porque estas escrituras ya están sostenidas.

Algo hemos logrado, nosotros, al menos, somos un escritor.


 

Índice Siguiente