DESARROLLO PSÍQUICO DE UNA
PAREJA MONOGÁMICA DE TREINTA AÑOS
Y no sé si te escribo a vos,
a él, a ella, perfumada y violenta en su cintura, o a cuatrocientos millones
de hispanoparlantes.
Debe saberse, el escritor, siempre quiere más.
Debo aclarar que querer más para un
escritor (palabra que con el tiempo entenderemos)
no es lo mismo que querer más, para una niña asustada entre la multitud o
bien un hombre indeciso
sin saber a qué número apostar sus últimos dineros.
Nombrar a qué nombre propio corresponde la metáfora es un
juego al cual nunca jugué.
Intentaré probar, soy un amante de lo desconocido.
Siempre a la búsqueda de una perla desconocida y loca,
mi mujer, tu mujer,
entrando en mi tarde sin tu sonrisa.
Amante de las formas
antiguas para vivir,
amante de la liviandad de la tarde,
tu perfume está en
ella,
pero no en su vuelo,
sino más bien, en su profundidad.
Águila o albatro,
ser hombre o ser mujer,
es poco para el hombre.
Ser escritor, psicoanalista,
obrero de la nada,
un alma desenfrenada y boba por vivir.
Recuerdo tu
culo seco.
agotado de tanto llorar,
de tanto pedirle,
a tu mujer,
a mi
mujer,
una salida.
Y bien, te digo,
que el tiempo de la vida puede pasar sin vos,
sin mí,
que ya tengo mis cosas dichas.
El universo es infinito.
A
pesar de Einstein
la luna es lo que digo,
tu voz,
su cuerpo tendido en la
llanura,
es
lo que digo,
su vientre bajo mi mirada inescrupulosa,
su vientre
abierto y desplomado,
y mi voz, y el peso ardiente de los años, en mi voz.
Reconozco,
porque no me importa reconocer lo que tú quieras.
Que en la segunda vez,
siempre padezco,
de una
pequeña,
leve inhibición.
En la segunda vez recuerdo,
todo lo que fui,
y sin
embargo,
no renuncio a ser.
Ombligo del mundo,
satisfago todos mis vicios en el baño.
La humanidad me pasa con los hombres,
con tu
mujer,
con mi mujer,
nací en un espacio reducido,
vivo en él.
No sé quién
habla,
ni a quién habla
más bien,
siento el hedor;
tus nalgas entreabiertas,
para que ella,
casi sin pasión,
enhebre su locura en tu deseo.
Tus hijos, mis hijos,
nacieron de ese asombro.
Oscuro porvenir,
este destierro
involuntario para todos,
porque zarpar, fue zarpar para todos,
y para todos fue,
un tajo feroz en la ceguera.
Y aquel pequeño mundo,
tu casa,
tu mujer,
tus
tercos buenos días,
durante 30 años
(edad en la que muere el padre,
y eso en algunos casos puede ser verdadero,
aunque no suficiente, para matar a un escritor,
aunque se tengan 30 años y el velorio del padre en la memoria,
y uno o dos hijos, o cuatro mil mujeres, o cuatro mil hombres, o la soledad)
las historias grabadas sólo en tu cuerpo,
saltaron por
los aires.
Aunque te quedes otros 30 años,
sentado en la puerta,
de su vagina arrogante.
Entre valvas marinas y terciopelos,
otros treinta años
más,
porque tus
libritos,
alcanzaron, de golpe,
fama inesperada.
Su pequeña
vagina de limón,
sus primeras palabras,
tus primeras palabras,
tu
pobre cuerpito tembloroso,
saltaron por los aires.
Está escrito en mis versos
y en el rictus de tu boca,
desesperada,
siempre blanca y abierta.
Siempre esperando
del más allá,
un ser.
No está del todo mal tu espera silenciosa,
y, sin
embargo,
un
niño de 30 años,
tiene el derecho de decirlo todo,
también,
si él cree
conveniente,
su verdad.
Si quiere ¿por qué no?
su algarabía por vivir.
Si
el sol es fuerte,
todos los cuerpos son iguales.
Si la escritura, tiene la
violencia de ser,
todo pasado,
toda novedad,
todo delirio,
se
transforma en historia.
Y sin embargo sabemos,
que si toda palabra, no fue toda
palabra
toda escritura no será, toda escritura.
Los vacíos existen a izquierda y a derecha,
y el
centro es imposible.
Sin luz,
sin horizontes,
sin quimeras,
un hombre,
una mujer,
comienzan,
su diálogo mortal.
Ella,
queriendo ser en
cualquier punto,
aunque más no sea,
un punto perdido en el espacio,
queriendo
ser en cualquier tiempo,
con él, con otros,
desatando un mundo de pasiones o bien deteniendo el universo,
frágil y olorosa,
permanece indiferente a todo,
ella
también ha cumplido 30 años,
le toca ser.
Y una voz y un amanecer,
pueden entre
sus letras,
transformarse en la muerte.
Ella,
mira fijamente,
porque no ve.
Nace a la vida ciega.
Si no tica,
no cree.
Su vida es
todo vibración,
sólo unos segundos y después,
su muerte,
siempre
es natural.
Él,
en general,
aprendió a vivir tarde.
Fue, sin ofender a
nadie,
hasta los 30 años,
un enfermo del alma,
un hombre, se imaginan,
todo cordura y silencio,
tratando durante 30 años de ser una mujer.
Él no desea recuperar de su piel,
el frescor,
porque
cuando su pies era fresca,
él,
amaba empecinadamente a su madre
y su mudez,
y esa palabra cerrada,
aprisionada entre sus tetas,
incomparable,
igual a
su ceguera.
Como vemos,
lo mortal del diálogo,
es la impureza en
las representaciones.
A partir de ahora,
toda brusquedad,
toda violencia
innecesaria,
será confundida,
con alguna infantil pasión,
al
masoquismo le pondrán azúcar,
y será inolvidable.
Fuego y vértice del amor
y a
ese paso,
harán volver las oscuras golondrinas.
Hoscas y
profundas,
vendrán al vez,
al viento y en bandadas
y dejo por
fin,
que mi poesía,
haga con vos,
con mi mujer,
conmigo,
con tu mujer,
con el hambre en tus entrañas
para ser otro,
con la ráfaga de miseria en sus ojos,
con mi vida,
y tu vida,
lo que quiera.
Cuando tu risa se detiene,
cuando los colores que generan tu risa,
te recuerdan
empecinadamente el pasado,
ella,
aún es feliz.
Iridiscente entre las sombras.
Cuando tu mano se detiene,
al comprobar que la muerte no existe, sino en tu propia muerte,
salvaje,
bestial en sus caricias,
allí donde tus manos se transforman en
piedras,
ella,
aún es impune.
Un paso más.
Una palabra más.
Ella,
nunca da paso a una quietud.
Y cuando tu boca se llena de una baba inespecífica
y rabiosa a la vez,
por no poder decir.
Cuando la baba llega hasta el corazón y lo enmudece todo,
ella,
aún es sonora.
Vertical y rotunda,
sobre tu propio
cuerpo enfermo,
sobre tu propia muerte.
Un ruido de matracas.
Un
carnaval inagotable.
Y cuando loco de vivir en una celda,
tu cuerpo se
estremece,
y cuando loco de amar siempre lo mismo,
tu
cuerpo ame volar
y cuando la perfección del vuelo asegure un brillante futuro,
estalle entre tus alas,
-y allí donde tus alas se curvan,
para producir un vuelo rasante y peligroso-
la
libertad,
lo sabemos,
granada absoluta contra lo posible,
ella,
aún es, el pájaro más alto,
vuelo concluyente,
donde el cielo no es límite de nada,
y, sin embargo,
ella,
se enfrenta con la libertad
detiene,
su loca carrera
hacia la muerte.
Ella es el pedazo de pan y su bocado.
Un hilo de luz
y, exactamente,
un hilo de sangre,
cántaro desgarrado,
ella,
vestida de marfiles,
inquietante cuerpo enamorado e invisible,
murmullo de álamos, cuando el otoño arranca,
pequeñas
hojas,
para lanzar al viento,
y el viento y ella se confunden:
Contra la soledad.
Contra la libertad.
Contra la
muerte.
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